Desde el otro lado del océano, una valiente madre nos comparte cómo
conoció y se despidió de su bebé. Gracias por enseñarnos dolor y
esperanza. Gracias por presentarnos a tu David. Abrazos enormes a toda
la familia.
Si tú también quieres que conozcamos tu historia y a tu bebé, escríbeme.
El año 2013 empezó de fiesta para mí, estaba embarazada, mi nene era como para septiembre
pero yo siempre sentí que nacería en agosto. Bueno el embarazo bien, yo
haciendo ejercicio, cuidando mi dieta, creí que sería un parto puesto
que ya tenía una niña a la que yo había parido, cómo describirte cuando
me dijeron que era niño. Todo era perfecto, la parejita, y antes de los
30, lo que siempre había querido. Estaba decidida a no tener más bebés.
Me sentía completa, mi bebé era muy activo, me doblaban sus patadas, lo
sentía muy fuerte. La familia feliz. Llega agosto y todo agosto tuve
mucha ansiedad, quería que naciera ya. Teníamos todo listo para su
llegada. A las 37 semanas fui a consulta y todo perfecto, lo recuerdo
perfectamente, 19 de agosto 2013, el doctor me dice que tengo un poco
alta la presión, no mucho 140/90, no me asusté puesto que a la niña
también la tuve con un poco de presión alta, pero me recomendó reposo, y
que esté muy tranquila. El día 21 de agosto dejé de sentir los
movimientos de mi bebé. De mi amado David Alejandro. Le llamo al médico,
quien trabajaba en lo que aquí en México es Seguro Social, y me dice
"ven para revisarte". Me revisa y me dice que su corazón late y que me
vaya a mi casa tranquila, el bebé nacería en otro hospital, espero como
me dijo a las 3 de la tarde, nos vamos al particular con el mismo
doctor, me hacen otro ultrasonido y me dicen que el bebé tiene
taquicardia y que tiene que nacer ya, bueno pues, pero yo no pensaba que
eso fuera tan grave, creí que nacería y todo se controlaría. Bueno me
hacen una cesárea, en ese momento, el bebé no lloró en el instante,
obvio yo no me di cuenta, nadie me decía que ya lo habían sacado,
escuché un mini llanto y después se lo llevaron. El pediatra se acerca y
me dice "señora, usted tuvo desprendimiento de placenta, nos vamos a
llevar al bebé a la ucin". En recuperación se acerca como a la media
hora el pediatra porque yo preguntaba a las enfermeras cómo estaba mi
bebé, y me dice "señora, su bebé empezo a convulsionar y le hemos
inducido a coma. ¿Alguna duda?". Me quedé callada, esperé a que se fuera
y empecé a llorar y una enfermera me dijo "no llores, tienes que ser
fuerte, tu bebé está luchando más". Me mandan a piso. Mi esposo me
abraza llorando, me dice que él lo vio despierto pero ya le habían
explicado que estaba muy grave. Pasé esa noche, entra el ginecólogo y me
dice "báñate para que vayas con tu bebé". Después el pediatra me dice
"señora, su bebé está muy grave, sufrió mucha falta de oxígeno" y unas
palabras médicas que no recuerdo y terminó diciéndome "es muy probable
que el niño muera". Lo vi sorprendida, no le dije nada, me preguntó si
tenía alguna duda, le dije que quería verlo, apuré a las enfermeras para
que me ayudaran. Ahí estaba él como dormido, con mil tubos, ese
respirador, con mil aparatos que hacían un ruido horrible, pitaban y
pitaban, era el más grave, en cuanto lo vi supe que era él, ya que se me
hizo muy parecido a su padre, me aferré a que viviría, en ese instante
le supliqué a Dios, que se quedara, le hablé a mi hijo que se quedara,
le prometía que haría de este mundo el mejor, que sabía que el cielo
tenía que ser hermoso, pero que yo trataría de convertir la tierra en el
mismo paraíso pero que no se fuera, que se quedara conmigo. Ese día
hubo una leve mejoría, leve, o sea, mejor color, pudieron corregir algo
del azúcar y cosas así pero el niño estaba muy mal. Al siguiente día me
dan de alta y lo fui a ver, lo vi cansado, pero yo seguía segura de que
se quedaría conmigo, que lucharía. El doctor me da otra terrible
noticia: "el corazón de su hijo esta muy cansado y dañado. ". Lo
entendi... ¡pero tenía fe! Me fui a dar un baño y entra la llamada del
doctor: "¿bautizaron al bebé?". Entendí lo que pasaba. Fuimos, hablamos
con un sacerdote, lo bautizamos, yo seguía en mi negación, pero a la una
de la mañana el bebé se fue, lo vimos irse, su papá le decía al oído
que se fuera con Dios, que todo estaría bien, que lo amábamos, yo solo
lloraba, vi como la vida se fue de mi pequeño, su color ya no era
rosado, se convirtió en un amarillo pálido, fue como verlo consumirse.
Lo pude cargar ya muerto y no sé cómo explicar que yo sabía que él ya no
estaba ahí, que estaba cargando un cuerpo, sin su alma, sentía paz
porque, aún con el dolor tan grande que sentía, estaba segura de que
algo divino lo acababa de recibir. Llegué de nuevo a casa ya con sus
cenizas, doblé toda su ropita, guardé como un tesoro cada ultrasonido
con sus dvds y empezó el duelo, ese duelo, en el que ya no sabes quién
es tu amigo, que hasta tu familia te molesta con comentarios que no
quieres escuchar. Sentí que me volví loca, que morí y que volvería a
nacer, algún día. Y así pasaron los meses, busqué ayuda psicológica,
religiosa y, sí, aminoraban el dolor, la culpa se fue desapareciendo y,
cuando los ataques de llanto se apoderaban de mí, terminaba
tranquilizándome sola y diciendo "vuela, hijo, vuela, sé feliz". Los
doctores me decían que me embarazara al año pero no esperé, a los 9
meses estaba embarazada, pronto supe que era otro niño, a quien tengo
ahora, mi arcoiris, mi Emmanuel, quien tuvo que ser prematuro pero ya
tiene casi cuatro meses conmigo. Lo curioso es que David se fue un 24 de
agosto y Emmanuel nació el 24 de diciembre. Digo curioso porque cada 24
era solo tristeza para mí, era un mes más sin David, y ahora es un
agridulce, celebro la vida de mi Emmanuel y, a la vez, la tristeza de mi
angelito. Tener otro hijo no suple al que se fue y te da una luz, un
poco de tranquilidad, pero es imposible olvidar al nene que se fue, aún
le hablo, aún lo extraño, porque él es y será siempre mi segundo hijo,
porque aunque la gente vea dos hijos terrenales, yo tengo la certeza de
que tengo tres, aunque nadie lo haya conocido.
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