El peor día de mi vida empezó como otro
cualquiera. 40 semanas y 4 días. Fotos y pinchazos en el cérvix como no había
notado nunca, en tres embarazos. No me puedo sentar. No puede faltar mucho pero
tengo una extraña sensación que me trunca el modo nido. La ropa de la niña que
se acaba de llamar Mai está en una caja, no tiene armario, la habitación para
las matronas está sin preparar, tengo la sensación de que pariré y todo seguirá
igual. Y se lo digo a Ana. Los pinchazos son muy incómodos. Me ducho buscando
la relajación del agua caliente. Me tacto y no toco nada. A las 18 uno de los
pinchazos me pilla en el pasillo y tengo que aferrarme a un mueble para
pasarlo. Es como que me observo y caigo en que esto van a ser contracciones. Y
llamo a mi matrona para tener una coartada porque desde hace meses sé que ni
ella ni la nueva van a estar en mi parto. Y Andrea y Ana lo saben. Son las 21 y
picoteamos algo. Sé que son pródromos, no paso de 2 cm. Yo si como no paro.
Cuento un rato contracciones irregulares. Como soñé, me voy a mi cama donde
todo había empezado. Noto adrenalina. Escucho un pum. Mai ha roto la bolsa de
una patada en mi periné. Ni así asumo que está en podálica. Voy al baño para
ver fluir el líquido claro, como almíbar, caliente y vivo. Estoy eufórica, el
mejor momento de mi vida, disparo de oxitocina. Y río tanto que tripadre
aparece en la puerta del baño. Y mi cuerpo, que sabe, prepara el expulsivo, y
me arranco la ropa, desconcierto, porque sigo de 2 cm y empujo y se desliza por
mi vagina lo que mi cuerpo, Mai, sabían. Estoy a cuatro patas desnuda sobre la
cama. Tripadre entra y me dice cordón. Respondo ambulancia, es cesárea. Le leo
confusión, no es consciente de que pendemos de un hilo. Toco el cordón. Pálido,
seco, frío, sin latido, delgado. Culo en pompa, intento introducirlo lo que me
da la física de mi cuerpo embarazado. Tripadre tampoco puede y va y viene, con matrona,
061 y gines al teléfono. En cuanto atraviesan la puerta las y el incompetente
de la ambulancia sé que estoy vendida. Que ni con indicaciones telefónicas la
médica logra hacer un tacto. Ni viendo el cordón por fuera se les ocurre salir
volando hacia el hospital, donde el personal de urgencias esperaba y
desesperaba al punto de querer que fuésemos en nuestro propio coche. Atónita, ahí
las tengo mirando mi mural de parto sin el más mínimo respeto por la vida. Estamos
esperando a la UVI móvil. La enfermera y su ridículo fonendo, buscando latido,
poniéndome la zarpa en el sacro provocándome contracciones. Una y otra vez le
tengo que decir que no me toque, que mi cuerpo, sí, él ya sí, sabe que no hay
prisa por salir, que hay que parar esto. Yo ya solo me dirijo al tripadre que
me mira y no está quieto, se mueve,
le digo. De repente a los ineptos se les da por salir a buscar a la UVI. El
conductor es un ser despreciable que privilegia la integridad de su ambulancia
antes que mi vida y la de mi hija. No la baja. Once escaleras me descienden a
pulso él y tripadre, niños llorando en el coche, subimos la cuesta, me clavo en
el metal, mis perros ladrando, me agarro fuerte porque temo caer y me meten en
la ambulancia y me dejan en la camilla de palas sobre la otra camilla, los
anormales, voy sobre un empapador mío, que nos lo han pedido en casa, las
rodillas se me destrozan y cuando nos topamos con la UVI la médica me ladra qué somos, ¿de partos guays en esa postura?,
y los cobardes de la primera ambulancia callan, no tienen arrestos de reconocer
que son ellos los que me han puesto así, los que han perdido tiempo, no han
sabido tactar ni empujar la presentación ni posicionarme. Han sido ellos, los
que huyen sin ni siquiera mirarme. Esta médica es competente, sabe lo que hace,
se disculpa por sus gritos, nos estabiliza y me informa, podálica, meconio. La
enfermera me pregunta, me habla, me da la mano, tiemblo de arriba a abajo, ¿tienes
frío?, contracciones que no paran tumbada boca arriba de cintura para abajo
elevada. No, no tengo nada. Y me acuerdo de Rous Baltrons y de su matrona que
le dice que, aún en cesárea, siga allí, con su bebé, que no lo deje solo y yo
estoy, estoy de parto rodeada de mujeres desconocidas en el ambiente hostil de
una ambulancia, y no me voy y canto las contracciones, estoy de parto y ellas
me siguen, gritamos contigo. Mientras, un coche con dos niños dormidos sigue a la
ambulancia. Un tripadre con los ojos mojados en lágrimas empieza a ser
consciente de que su hija se le va. Llegamos a urgencias al mismo tiempo que mi
matrona, que vive a más de 100 km. 25 minutos tardamos en coche, más de una
hora en ambulancia. Dicen en el 061 que se han cumplido los tiempos de
actuación... Llegamos y la suerte, esta vez sí, nos toca en forma de equipo
respetuoso, la mejor matrona del hospital y un gine que se parece a mi cuñado,
una tontería que en ese momento me tranquiliza. El monitor nos muestra un
latido estertóreo y volamos a quirófano. Me cortan la bata, lo único que llevo
encima, me sacan las botas, mi matrona entra corriendo atándose la mascarilla,
la anestesista se presenta, anestesia general, rápido que esto duele así
tumbada y llevo mal estas contracciones que no valen para nada, mi matrona me
coge la mano y me dice que va a estar conmigo cuando despierte. Le digo que no
se separe de la niña. Va para UCIN seguro, ya nos apañaremos, en cuanto me
despierte voy, que no se quede sola, no le va a pasar nada, ¿cómo le va a pasar
algo? Veo el reloj. La 1:20. A la 1:20 nace Mai. Y no respira y poca
reanimación intentan porque no hay nada que hacer. Y se me la llevan y van a
buscar al tripadre y las matronas se turnan para cuidar de mis hijos en el
coche. Marisol y Mariví, no puedo estar más agradecida. Y padre e hija tienen
su momento, se conocen, se despiden. A mí me limpian, sangro mucho, me cosen,
me grapan y tardan tanto que el tripadre va a casa y me acabo de despertar
cuando vuelve. Son las 2:20 cuando abro los ojos. El reloj en el mismo sitio,
la matrona con mi misma mano, qué ha pasado, le pregunto. Y me la traen y la
pongo sobre mi corazón, desnuda, desnudas, encima, me cambio por ella, lo
pienso y lo siento con todo el cuerpo. Y aún noto su peso sobre el mío, su
tacto encima, dentro. Siempre.
No puedo dejar de llorar a Mai. Un abrazo mamá de Mai, grande, grande, grande.
ResponderEliminarOtro abrazo para ti, muchas gracias
EliminarQué dura experiencia...mucho amor para las dos...
ResponderEliminarMuchas gracias!
EliminarEs la segunda vez que lo leo y siento como si algo se hubiera muerto dentro de mí; la primera vez que lo leí, hace tiempo,el lenguaje se convirtió en un extraño, como imposible de decodificar, como si todo mi ser se negara a aceptar el desenlace y leyera, leyera en círculos buscando que la próxima vez las palabras condujeran a otro lado... esta vez al menos el lenguaje fue más amigable y me dejó llorar.
ResponderEliminarGracias querida. Aunque te parezca extraño yo también espero otro final...
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