El pasado viernes 20 de mayo salimos de
viaje. Nos disponíamos a recorrer los 1000 kilómetros que nos separan de Barcelona.
El objetivo: llevar un gato a su nuevo hogar, pero no un gato cualquiera, sino
a Boletus, una institución, el veterano, casi 11 años desde que llegó con
apenas un par de meses y más hambre que cuerpo. Aprovechando nuestra breve
estancia en la ciudad, a mi querida "agente literaria" Anna se le
ocurrió organizar una presentación del poemario que acabábamos de terminar
Isabel Piñana y yo. Las dos escribimos sobre nuestras maternidades desde el
cuerpo, las dos conciliamos letras y niños y no nos resignamos a ser o esto o
aquello. Porque hay más maternidades que las que nos han vendido. Llevamos
meses con los poemas listos buscando cómo darlos a conocer. En mi caso, en
Galicia, me hablan de una demora de dos-tres años desde que aceptan tu original
hasta que lo publican. Dentro de tanto tiempo no habitaré en estos poemas,
estaré ya muy lejos. La autoedición se fue imponiendo pero la inversión era
demasiado elevada. Mucho riesgo. Así que pusimos nuestras manos a la obra. Literalmente.
Reunimos nuestros poemas, traduje al castellano los míos, al gallego los de
Isabel, contactamos con una maquetadora profesional (gracias infinitas, Sara),
que se encargó de prepararlos para la impresión, que hicimos en casa, no sin
dificultades. Pintamos las portadas. Mi hijo mayor pintó portadas. Y doblamos
más de 700 folios para montar los libros. Dobló el padre de las criaturas,
dobló la agente Anna, dobló su madre y grapamos gracias a su grapadora
eléctrica que parecía que nos estaba esperando para estrenarse.
Partimos esa mañana de viernes, digo,
con los siete kilos del gato Boletus, los niños, las mochilas, la comida, el
contrato de adopción, las portadas pintadas de los poemarios y solo cuatro
copias impresas. Hacía mucho calor, daba pleno sol y nosotros con el aire
acondicionado estropeado. Era imposible viajar con las ventanas cerradas. Era
infernal el sonido del movimiento en carretera. Elegimos el ruido. Acabamos
abriendo el transportín al gato, elevándolo entre nuestros asientos delanteros
para que le llegase algo más de aire. El pobre hasta jadeaba. Tardamos casi 10
horas, con breves paradas para repostar y poco más. Fuimos directos a dejar a
Boletus en su nueva casa, a conocer a su adoptante y a su nueva compañera
felina. No fue mal la presentación, el normal encuentro entre dos gatos
desconocidos y, al menos, a Boletus le gustó su adoptante. Pasaban de las once
de la noche cuando salimos de su casa hacia la de mi "agente", donde
dormiríamos. Tuve tiempo de leer a medias su dirección en mi móvil. Calle y
número conseguí memorizar antes de que se me apagase. Lo cargo en el coche, se
enciende y me pide el PIN. ¡El PIN! ¡No me sé el dichoso PIN! Lo tengo anotado
en casa. No recuerdo ni un número por el que intentarlo. Se me ocurre entrar al
face desde el móvil del tripadre, pero se nos han agotado los datos y aquello
no carga de ninguna de las maneras. Estamos en la calle de Anna. Estamos
cansados, sudorosos, doloridos de tanto coche. Los niños protestan, tienen
mucho sueño. Le envío mensajes telepáticos a Anna, "llama al tripadre, por
favor, llama al tripadre". Pero la conexión no funciona y como nada sucede
si no lo buscamos, salgo a la calle y comienzo a andar arriba y abajo. Hacía
unas semanas Anna me había enviado una foto de las vistas desde su ventana.
Esperaba reconocer algún edificio. Nada por abajo, vuelvo a subir por la otra
acera, buscando referencias, refrescando memoria, acordándome de la foto
enviada por una tontería. Cómo se había convertido en importante. Y, ya
bordeando la desesperación, lo veo, un edificio blanco que me quiere sonar.
Rápido voy al portal de enfrente. Busco un segundo pero este es un
segundo-primera. Lo mismo pasa en el portal de al lado. El tercero sí es solo
segundo y sin pensarlo más timbro. ¿Sí? Y toda mi esperanza en unas cuantas
letras. ¿Anna? Y Anna me abre y suspiro y nos partimos de la risa. Por fin,
pasadas las doce, con un niño y medio dormidos, entramos en nuestro alojamiento
nocturno. Por fin, tengo a Anna delante y no hay diferencia entre virtual y
realidad porque es como si nos conociésemos de toda la vida. Como si viviésemos
puerta con puerta... (continuará)
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