xoves, 29 de decembro de 2022

Una urna para un bebé

 

Probablemente nadie te haya hablado de este tema ni lo vaya a hacer en este momento, pero cuando un bebé con edad gestacional suficiente muere nos van a dar su cuerpo. Y entonces tendremos la opción de enterrarlo o de incinerarlo, según nuestras creencias. La verdad es que yo no pude pensarlo. Se dio por hecho la incineración y ni me planteé pronunciarme a favor o en contra. Sencillamente, no podía. Toda mi energía estaba concentrada en salir de esa habitación de hospital y volver a casa para retomar lo que en esos momentos se pudiese llamar vida normal.

            A Mai la incineraron y a mí me dieron las cenizas. Llegaron en una pequeña caja de cartón blanca, del tamaño de mi mano. Casi sin peso. Eso era lo que ocupaban 3,5 kg de bebé. Tarde un tiempo que no recuerdo en abrirla. Dentro había una urna azul brillante. De plástico. Un color bonito, pensé. Pero un material que no me gusta. Un tacto frío que no se corresponde con lo que yo creo que debe ser un bebé. Aunque esté muerto. Tocar la urna te dejaba los dedos manchados de ceniza. Volví a meterla en su caja de cartón, la guardé y pasaron los años.

            Más de siete y aquí siguen las cenizas guardadas sin que yo me haya decidido a hacer nada con ellas que no sea mantenerlas en casa. A lo largo de este tiempo supe de madres que las esparcieron en lugares preciosos a los que vuelven cada año para recordar a sus bebés. Un sitio al que acudir, la materialidad de un trozo de tierra, una piedra o un árbol nos da una dimensión real de lo sucedido y un recuerdo tangible. Lo pensé, pero no he hallado, todavía, ese lugar perfecto donde quiera dejar a mi hija sola y para siempre.

            He estado informándome. Los bebés se han muerto siempre. Se han enterrado en tierra, en árboles, en cementerios, fuera de cementerios, en ánforas, en vasijas, bajo las casas, sustentando los cimientos de su hogar, las raíces de las generaciones futuras que no conocerán. Son figuras que nos protegen o que nos asustan, al suponer un limbo entre el mundo de las vivas y el de las muertas. ¿Cómo puede morir quien no nace?

            A día de hoy sigo resistiéndome a sacar las cenizas de la casa. Creo que, como parte de mi cuerpo, vendrán conmigo cuando yo acabe mi viaje también hecha cenizas. Reposaremos ambas juntas, como lo estuvimos una vez, cuando el tiempo era lineal y no se medía en antes y después de.

            Mientras, me seduce la opción de buscar una urna bonita, una urna bonita para un bebé, para sus cenizas, para su tiempo sin cuerpo en la tierra. Una urna parodójicamente viva, de colores. Un árbol. Una vasija que la rodee como si de mi propio útero se tratase. Me han gustado mucho estas urnas para cenizas. Un lugar bonito, como ella, en el que mirarla y recordarla bajo la luz. Brillante. 


 

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